HELLO WINE

“Plaf, plaf”. Se acerca. El silencio bosteza a cada paso. Las antorchas resucitan las gárgolas que protegen el pasillo. No hay luz. Hay sombras. La alfombra no logra dormir el suave retumbar de las pisadas. Huele a polvo. A polvo y a aromatizantes. Se detiene. El reloj marca las cinco y cuarentaidós: “aún queda para que lleguen mis invitados”, piensa. Continua. El pasillo se estrecha. Allí hay una puerta que se deja iluminar a ráfagas. Es marrón con las bisagras negras. Pero una cortina blanca no deja ver más allá de sus geométricos cuadrados. “Clic”. Hace girar el pomo dorado hacia la derecha. “Plaf, plaf”. Entra.

Cierra, y mira. Avanza hacia lo que parece un anfiteatro. Pero cubierto. No parecía que hubiese leones. Ni gladiadores, ni romanos. Quizás habría guerra… en media hora: son las seis. Sus pupilas se dilatan: “esta será mi casa”. Ahora la sala está impoluta. Los ocho disparos que atravesaron el techo fueron sellados hace tres años. Todo quedó en un susto hace treintaicinco. Ahora, las luces de la estancia dejan ver su rostro. No lleva máscara, sí canas, pero sólo habitan su barba –bien cuidada-. También utiliza gafas. Parecen frágiles; son grises y rectangulares.

A través de sus lentes observa: es un hemiciclo. A su derecha se alzan 350 butacas. “Vaya, sobra una. Pedro no vendrá. A él ya se lo han cargado”. Ahí llegan sus invitados. Pablo, Albert, Rafael, Inés… Tampoco llevan máscara más que largas ojeras que dibujan largos insomnios. Bueno, vale como disfraz. Los 349 diputados y diputadas se sientan en sus respectivos escaños: la función va a comenzar. Es su turno. El barbudo sube al estrado. Agua. Toma la palabra: “no cambiaré nada”. De pronto: frío. “Tac, tac”. Dos señoritas hacen trotar la máquina de escribir.

Gritos y jadeos en el hemiciclo que recupera su calor. Las gárgolas se convierten en payasos, sólo por cinco minutos. Exactos. Rufián es el encargado de ceremonias. Esta vez no viene a hablar de Torquemada. Demasiado terror. Habla de Rubén, Antonio, Laura, Armando… Y del Pesoe Sociedad Limitada. Pero Pastor posa sus zarpas en el mute. Gritos y jadeos en el hemiciclo.

Turno para votar. ¿Habrá finalmente fiesta de Halloween? “por imperativo abstención”. Se masca la tragicomedia. Antonio sí llevaba máscara. Se acabó. El señor de la barba se frota las manos. Pero parece no respirar. Asiente, ríe. Pero su cerebro sigue en el pomo dorado. Su cerebro sigue en “esta será mi casa”. Y lo será: 170 votos a favor, 111 en contra y 68 abstenciones. La fiesta ha terminado. ¿O acaba de comenzar?

“Plaf, plaf”. Sale por la puerta marrón. Las mismas antorchas le fotografían en la que será la casa del terror por cuatro años más. El pasillo se amplía hacia la salida. Las gárgolas son sustituidas por dos leones. Son más feroces. El barbudo ha ganado. Y Esta vez no habrá botellines: sí vino. Hello wine.

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