2016 ya es historia. Pero dosmildieciseis fue el año. Por fin. Los maestros corbateros de toda la geografía española pudieron abrir de nuevo el armario y recomponer su figura demacrada tras largas campañas electorales, largas reuniones en Bruselas, escalas aquí, escalas allá y siestas en el taxi; atrás quedaron los café con leche en Plaza Mayor, pero el ingenio de los nuestros no fue a menor: ¿al final qué fue primero: el vecino o el alcalde? Y lo que es peor: toda esa carrera sin corbata, menos mal que tampoco ha sido una maratón. Pero por fin las corbatas volvieron a colgarse de donde jamás pensaron que se descolgarían. ¡Joder con el populismo! Por fin, tras dos elecciones… hubo gobierno.
Cuando era pequeño recuerdo que le preguntaba a mi padre que quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Yo estaba atento a la tele, que aún era de tubo, y el caso es que todos tenían algo que los homogeneizaba: la corbata. Pues para ser “alguien en la vida” (algo que siempre te han repetido y que con el tiempo comprendes que es el eufemismo de “estudia que ya verás qué guay irte a trabajar fuera de tu país”), entonces, deberías llegar a llevar corbata… porque por aquel entonces, más o menos, tenían prestigio o al menos ni había crisis, ni había que rescatar a bancos, ni desahucios, ni corrupción. Toda esa cloaca emergió más tarde, justo cuando se la tuvieron que quitar… cuando ya no sostenía nada.
También se lo dije a mi primo, que, casi como siempre, no me creyó. “Oye, ya verás como cuando todo vuelva a su cauce se van a volver a colocar la corbata”. Y no fallé. Podíamos ver a Pablo Iglesias remangado, su tocayo Casado con un look casual en Antena 3 y Pdr hecho un guaperas en su travesía que terminó en naufragio. Y no volvieron a la chaqueta de pana porque estaba pasada de moda.
Pero ellos sí fallaron. Nuestro gobierno, que llevaba corbata, mantuvo en vilo a miles de familias, las arrojó a desahucios, recortó en educación y en sanidad; hemos sido testigos de verdaderas tragedias por esa mala gestión: la anciana de Reus que murió calcinada cuando intentaba calentarse con una vela tras un corte de luz por no poder hacer frente al pago… y, mientras tanto, la banca española tuvo que ser rescatada. Ellos también fallaron, Rodrigo Rato, el que fue ministro de economía con José María Aznar y “artífice del milagro económico” y un “economista de primera fila”, se enganchó al chollo español: dejar el campo sin abejas, coger las rosas e irse. Llevó a Bankia al KO financiero y… se fue, por hacer mal su trabajo, con 1,2 millones de euros en indemnizaciones. Llevaba corbata.
Y qué decir de la crisis de los refugiados. El Viejo Continente, con su viejo (o tradicional) atuendo demostró eso: estar anciano para solucionar un problema que casi han creado. Setecientas cincuenta y una corbata hay en el Parlamento Europeo y cinco mil refugiados muertos en el Mediterráneo. Los últimos se leen más rápido, pero son más… sin corbata, ni vida.
Hoy, 1 de enero, me sirvo de 2016 para concluir que las corbatas, papá, no son ni de los buenos, ni de los malos, que ya no es un distintivo de prestigio. Que no hace falta colgársela para hacer bien un trabajo y que no hace falta no llevarla para descuidar una responsabilidad. Pero ahora todos la llevan de nuevo, cuando ya han contentado al pueblo, han bajado de su peculiar cátedra: “Mira que no llevamos corbata, somos como vosotros”, para después volver a subir con la medalla de nuevo en el pecho. Aunque… ¿se la habían quitado alguna vez? Conozco a mucha gente sin corbata, que seguramente no son alguien de los de “ser alguien”, pero que, al menos, si tienen 8 cabras por la mañana saben administrar la leche para que le queden por la noche 16 litros de leche y 8 cabras y, por supuesto, si no es así no hay ni cena, ni indemnización. Y no llevan corbata.
Te has desahogado compañero! Buen comienzo de año, nos vemos pronto.
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Muy bueno, un resumen duro pero realista.
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