Las puertas se abren y se cierran en cuestión de segundos. Los mismos en los que debe decidir si quedarse o salir. Si prefiere escuchar el chirriar de los raíles u obviar sus ventanas hacia el infinito… una vez más. El tren se para: va a llegar tarde. Sale, y al fin lo mira. Los raíles ya no se oyen: se ven. Ella sonríe. Se llama Amanda, pero él aún no lo sabe.
“He estado esperando esa luz durante semanas”, piensa. Los raíles vuelven a oírse. Su espalda lo saluda. Va a llegar tarde. De nuevo.