Tengo el capricho de que todo lo malo se pega. Que ahora la moda es ser español. Español, español, digo. Las tradiciones, no sé, pero al menos respeto su refranero. Más vale tarde que nunca. El caso es que me di cuenta en Madrid. Claro, como buen español. Que todo lo malo se pega. La dieta seseña sureña la dejé en Dehpeñaperro’. Para cuando bajé un mes más tarde ya era Despeñaperros. No sé si es cuestión de pajas, vigas y ojos, pero el cartel era el mismo. También me pasa cuando hablo por teléfono. No sé qué extraño hechizo de brujería negra invade el micrófono que comienzo a pronunciarlo todo. Todos y todas. Para que me entiendan a la primera, imagino. La última vez me pasó en el metrillo. El Metro Málaga, digo. “Para ir en chándal te sale el acento madrileño muy bien”, se atrevieron a decirme. ¡Cuánto daño nos ha hecho a los andaluces Sergio Ramos! Que por mucho que se encorbate no se le educa la boca. Porque para hablar bien hay que ir con camisa, claro. Menos mal que el amor está en el interior. Como en esas chicas que para ir tan monas les sale el acento decimonónico tan bien. Pero, a decir verdad, no hay nada mejor que la economía del lenguaje. Puestos a abrocharnos el cinturón… ¿Qué habrá sido de Emepunto? Total, que lo bueno, si es breve, dos veces bueno. Pero lo del cortita y al pie no siempre es bien recibido. “Samuel, si no hablas más despacio no nos entendemos”, me dijo Vicente del Bosque en la primera y última entrevista que compartimos. Y como a buen entendedor pocas palabras le bastan, le hice caso. Al que no le suelo hacer es a mi padre. No le veo futuro a ese vicio de salir de la cama temprano por mucho que los duelos con pan son menos. Prefiero llorar en mi almohada. Que para eso está: en las buenas y en las malas. Y no es que yo no sea partidario del lenguaje camaleónico –nunca se sabe en qué momento de la madrugadas debes recurrir al acento cubano para terminar con una noche cama-leónica–, pero hay maluras que mejor que no se peguen. Justo al contrario que mi abuela, que está en competición eterna con la vecina. De momento, el acento que no se me ha pegado es el gaditano. Y con razón: no respetan las tradiciones. Cerveza y periodismo siempre han ido de la mano. Pero en el pasado congreso ‘Periodismo local en primera línea’ algún iluminado pensó que eso debía acabar. Que a caballo regalado no le mires el dentado. Pero cerveza sin alcohol, fritura sin boquerón. Ya me voy, que se me han pegado las sábanas pensando en semejante despropósito. Al menos, no todo lo malo se pega.
6 respuestas a “No todo lo malo se pega”