Extraño serías si fueses uno de aquellos prisioneros forzados a no girar la cabeza durante toda su vida (Platón, 1992). Imagínatelo, querido Glaucón: prisionero que no tendrás por real más que las sombras proyectadas de los hombres que te gobiernan. Proyectadas desde una luz cegadora a la que ni siquiera puedes enfrentarte. Tú y la cadena que rodea tu cuello ya formáis un tándem veloz. Tú y la proyección dormís placenteramente en el sueño de la realidad. ¿Entenderías que lo que ves es una mera proyección selectiva? ¿Aceptarías esas ideas como únicas, irremplazables e infinitas? ¡Qué atrevida es la ignorancia! Y qué difícil es la adaptación, ¿estarías dispuesto a rehabilitarte?… Porque estoy seguro, amigo Glaucón, que si yo tuviese la llave de la argolla de tu cuello y la cura de tu miopía me tratarías de hereje. He ahí mi duda por mi convicción de conservar la vida. Tan irracional me ves a mí con la demostrada verdad, como tan irracional es tu amor por la mentira. Y no te culpo, sé de la dificultad que radica en la aceptación de unos parámetros culturales nunca aprehendidos enfrentados a los parámetros que construyen tu realidad única. Ahora, imagínate que la caverna es tu habitación y la proyección, el ordenador que se te enfrenta. ¿Hay cultura más allá, y lo que es más importante, antes y después, de lo descrito en el ciberespacio? “Las ideas humanas son por sí solas universales porque son intrínsecas del ser humano sin ser necesariamente virtuales” (Lévy, 2007; 84). Querido Glaucón, bienvenido al mundo de las ideas.
A decir verdad, ya me estás tratando como un hereje. Glaucón, yo comprendo mi hábito de colonizador intelectual, pero mi calvicie no ha sufrido en vano: “Al eterno reloj de la existencia se le da la vuelta una y otra vez” (Nietzsche, 1994; 201). Afortunado de tu ignorancia, crees haber inventado narrativas con el mero hecho de adjetivarlas como nuevas. Supones que el arte digital es nuevo porque la técnica lo es (Lévy, 2007; 45). Pero siento decirte que el cortejo siempre ha existido: es cupido quien actualiza su flecha para corazones cada vez más efímeros. Entonces, ¿quién influye en quién? Porque si la flecha es una simple portadora, el blanco es un simple comunicador. Acertado estuvo Pierre Lévy (2007) al ilustrar la cibercultura como el mecanismo de un arma: la bala, la tecnología; el blanco, la cultura. Pero… ¿qué fue primero? Porque sin la cultura, el hombre no repiensa la técnica (Lévy, 2007; 5). Sin el mundo de las ideas, el hombre no construye la tecnología. Bien se encargaba de repetir la importancia de la implicación imaginaria, el catedrático Miguel de Aguilera (M. de Aguilera, comunicación personal, 19 de diciembre de 2018) en aquellas clases que te perdiste: “Sin imaginación no hay comunicación. Por eso el usuario es siempre activo, nunca pasivo”. Entonces, amigo, la cultura que se muestra ante tus ojos no es infinita en el sentido eterno de su existencia, sino que es infinita en el orden de su posibilidad de manifestación, la arquitectura que adopta el mensaje. La tecnología condiciona el mensaje, pero no lo determina (Lévy, 2007; 7). Porque el mensaje en sí es el que determina y construye las manifestaciones infinitas de la tecnología. Es el mensaje el que tiene la potestad de anidar (Lévy, 2007: 6), aparecer y transformar las técnicas de su propia propagación. Es la tecnología la que tiene la capacidad de recolectar lo anidado. La herramienta que ilumina lo que aguarda en la sombra.
¿Y si la necesidad crea la virtud? Sería entonces no difícil de comprender que tú tuvieses la propia fórmula de desencadenarte. El propio conocimiento de la tecnología para deshacerte de la argolla mediante tu propio desarrollo intelectual. Recuerda: el usuario es siempre activo por implicación cultural. Busca y encuentra en la cultura, Glaucón. Que la tecnología sea la cuerda que te permita salir de la caverna en la que tu única perspectiva se convierte en verdad. Ascender al mundo de las ideas. Que la tecnología, producto de tí como sociedad, suponga tu conocimiento de nuevas técnicas para una misma narrativa: sobrevivir. Ya lo decía Albert Einstein (citado en citado en Vivas Moreno, Nuño Moral & Martos García, 2011; 127): “Yo no enseño a mis alumnos, les proporciono condiciones en las que puedan aprender”. Andamios, Glaucón, cuestión de arquitectura cultural. ¿O acaso Pierre Lévy hubiese podido realizar el símil de la bala y el blanco en la prehistoria? ¿No ha sido la propia sociedad y su cultura la que ha desarrollado ese elemento bélico tanto en su imaginario como en lo material? Claro, sin conocimiento no hay ni tecnología ni conciencia de ella. Desproporcionado es entonces el mérito de Internet y las realidades virtuales (opuestas a lo actual, pero no necesariamente a lo real [Lévy, 2007; 32]) de saberlo todo. Porque recuerda, amigo, que las ideas humanas son por sí solas universales ya que son intrínsecas del ser humano sin ser necesariamente virtuales (Lévy, 2007; 84). Ni mucho menos el mérito de hacer saberlo todo. Porque aunque el entorno sea propicio, el crecimiento del ciberespacio no determina automáticamente el desarrollo de la inteligencia colectiva (Lévy, 2007; 14). Es más, entre el océano de información del ciberespacio y la crisis de valores de vuestra sociedad, existe un peligroso auge de lo que Lévy ya advertía hace varias décadas: “La tontería colectiva”, en la que tú estás inmerso cuando te pasas todo el día con el cacharro ese entre las manos y de la que te hablaré más adelante.
La rapidez de transformación es una constante paradójica de la cibercultura
Cálmate. No es que te esté llamando tonto, Glaucón, es que parece que tu generación ha olvidado las habilidades para el cortejo. ¿Por qué necesitáis complicar las relaciones? Es evidente que habéis tenido que recurrir a las nuevas tecnologías para conseguir optimizar las veteranas relaciones sociales y sexuales. Siguiendo con el símil de la bala y el blanco, ¿qué le ha pasado a tu cupido? Es tal la rapidez de lo que llamas nuevas tecnologías, que han hecho que rápidamente tus armas se queden desactualizadas. Ya te vi yo en aquella cita romántica en la que no sabías qué hacer con tu actualización 12.1.2: ¿flores? ¿velas? ¿camisa? ¿traje? ¿casual? ¿reguetón? ¿bachata? ¿música clásica? ¿verdiales? La rapidez de transformación es una constante paradójica de la cibercultura, en la que las habilidades tradicionales rápidamente quedan obsoletas (Lévy, 2007; 12). ¿Cómo entonces pretendes estar a la última? Y no me quiero imaginar, Glaucón, cuando tu sociedad corteje a robots… Parece que los humanos del siglo XXI tampoco sois tan inteligentes y fuertes. Y es que ante la falta de consolidación de vuestros cimientos, buscáis a la desesperada elementos para construir un sentido en función de vuestras convicciones históricas. Y es ahí cuando picoteáis en Internet (o en el también llamado sistema de medios) para estar a la última. En el ciberespacio, el espectador es llamado a la actualización contínua en un acto de desviar la atención sobre el detrimento de la inteligencia humana entendida como la capacidad para rehacerse en situaciones complejas. Ofrecida la tecnología entonces como un Dios -salvador, en su redundancia religiosa-, es entendida por tu sociedad como la solución a vuestros problemas sociales y sexuales -más que problemas, ausencias relacionales-. Crees, erróneamente, que te has girado, has salido de la caverna y has reclutado las ideas anidadas. Crees haber fabricado flechas mejores para un mismo fin conseguido a través de la misma narrativa: ¿flores? ¿velas? ¿camisa? ¿traje? ¿casual? ¿reguetón? ¿bachata? ¿música clásica? ¿verdiales? Entonces, la tecnología no es más que esa cuerda que te ayuda a salir de la caverna. Que te ayuda a conseguir nuevas ideas para alcanzar el mismo objetivo: sobrevivir.
Bien descrita quedó la necesidad social y sexual, y por tanto, su necesidad de supervivencia, del animal político (Aristóteles, 1910; 15). Porque también queda confirmado en los párrafos anteriores que la necesidad de obtener relaciones sociales y sexuales satisfactorias es la mayor motivación del hombre para desarrollar nuevas técnicas. La participación está presente en todos los ámbitos sociales (Carpentier, 2012; 171), solo depende de la tecnología, su contenido y el tipo de organización de la sociedad en cuestión. Coincide aquí la idea que te expongo a lo largo de mi discurso: la misma narración expuesta por diferentes tecnologías, arquitecturas, surgidas a partir de su hallazgo en un mundo de las ideas construido por la propia cultura antecesora, nutrida del mundo de las ideas. Lo único que aparece con un nuevo hallazgo tecnológico es la posibilidad de crear un nuevo escenario para representar la misma cultura (Lévy, 2007; 84). Recréate, Glaucón, en el contexto de la invención de la imprenta de Gutenberg y la aparición de los formatos digitales -que ya es hora que de pasemos a un nuevo estadio en el que nos olvidemos de adjetivarlos como nuevos-. En los dos escenarios se expone el mismo producto, el conocimiento, pero con diferentes técnicas y arquitecturas narrativas, es decir en diferentes escenarios. Queda claro, entonces, quién determina a quién, y quién sólo condiciona a quién. Destacada es otra paradoja del romanticismo del siglo XXI: la rapidez del ciberespacio condiciona la cultura romántica en la forma en que unifica su manifestación. Hablo de tu cita. Por ello, la homogeneización de la cultura (Lévy, 2007; 109) a partir de la apertura mundial de internet hace que la última actualización de tu cupido rechace los verdiales como música de cortejo y beba de contenidos musicales de otros rincones del planeta, también minoritarios, pero magnificados con la lupa del ciberespacio. La paradoja recae en que no solo rechazas los verdiales como forma de cortejo, sino que humillas su creación cultural y la señalas de antigua y pasada de moda. Inconsciente de nuevo estás siendo sin saber que dentro de unos meses, para tu suerte años, las técnicas son que utilizas para el cortejo también quedarán obsoletas. ¿Estás anticuado, Glaucón? He aquí la supremacía de lo moderno sobre lo antiguo en la inconsciencia de lo moderno sobre su relación parentesco con lo antiguo. La cultura construye cultura.
La tecnología virtual lo único que ha hecho es transformar la misma cultura
Yo sé que me lo vas a negar, que eres un pillín, pero el otro día te vi en Tinder, o como se llame en tu país esa red social para ligar. Y no pasa nada: como buen animal político, tu instinto te empuja hacia la tendencia a hacer sistema, otra de los rasgos de la cibercultura (Lévy, 2007; 84). De nuevo crees que la cultura de decir te quiero con un doble click sobre la chica que te gusta es nueva. Ya no se lleva eso de que el pretendiente le escriba una carta de amor a su pretendida, ¿verdad? Entonces, te lo demostraré una vez más: ¿la virtualización desmaterializa? (Lévy, 2007; 40). Efectivamente, Glaucón, la tecnología virtual lo único que ha hecho es transformar la misma cultura (el “te quiero” español, el “I love you” inglés y el “je t’aime” francés) hasta visualizarla en otro soporte. Esto nos lleva a la irrevocable idea de que la cultura siempre existe y existirá en el mundo de las ideas y será esa tecnología la encargada de recolectar lo anidado y materializar las distintas formas de manifestación. Siguiendo este ejemplo, tampoco es difícil ilustrar la independencia del sentido de la recepción, el “te quiero”, con el dispositivo por el que se transmite: “La relación entre los participantes la designa el dispositivo comunicacional” (Lévy, 2007; 49), por lo tanto, aunque cambie el esquema de comunicación, el significado recibido es el mismo. Entendido queda ya entonces que lo que siempre pervive es la función de la comunicación en su sentido histórico. Lanzar la flecha de cupido con un “te quiero” invita a pensar que su función es enamorar. Esta última sería la narrativa, es decir, su función, siendo la flecha la tecnología, su andamio narrativo. Querido Glaucón, no habéis inventado nada, la textualidad subyace a cualquier soporte, donde siempre hay una, esta sí, diferente arquitectura narrativa (Chartier, citado en Vivas Moreno, Nuño Moral & Martos García, 2011; 119).
Ahora, que sobrevivas o no depende de la pretendida. Si sobrevives, en el pre- y en el pos-, se habrá cumplido otras de las reglas sobre la cibercultura. Que no, que por mucha relación virtual que se precie y por mucho connotar el ciberespacio como frío, no es más que un complemento (Lévy, 2007; 100): en el ciberespacio, para sobrevivir también debe haber encuentros físicos. En casi ningún caso, lo virtual se presenta en su forma pura (García Orozco, Chan Núñez & Moreno Castañeda, 2011; 43), es decir, totalmente virtual, carentes de toda necesaria presencia. Ves cómo las nuevas relaciones no son tan nuevas…: “La esfera pública digital refleja los mismos sesgos de la esfera pública convencional” (Sampedro Blanco & Resina De la Fuente, 2010; 159). Pero, desgraciadamente, como cualquier espacio ecológico, no todos los sujetos tienen cabida (Lévy, 2007; 84). Me alegro, Glaucón, de que en Tinder hayas conseguido una reciprocidad comunicativa satisfactoria para tu supervivencia, pero esa respuesta no siempre se experimenta en Internet. No te confíes. Tan cierto es que el ciberespacio facilita la reproducción del saber y su compartición (Lévy, 2007; 130) como que su fomento en cantidad no se refleja en la calidad: “Internet desarrolla, pero no cambia comportamientos (Sampedro Blanco & Resina De la Fuente, 2010; 153). Tranquilo, no te lo voy a negar, el ciberespacio es indudablemente una fuente de espacios alternativos. Pero también, por mucho que el concepto participación haya adquirido poder con la aparición de la Web 2.0 (aunque Paterman [citado en Carpentier, 2012; 165] ya escribía en la década de los 70 sobre la dificultad de su definición debido a su amplitud de significado), inevitablemente, desarrolla otra caverna. Una nueva cavidad repleta de tonterías colectivas fabricada a la desesperada para construir sentido a tu biografía, cuyos mecanismos sólidos han desaparecido: “Los cimientos ontológicos (espacio y tiempo) pierden su vigencia porque dejan de ser imprescindibles para tener experiencias. Antes, todo se limitaba al tiempo y al espacio (Castells, citado en De Aguilera, comunicación personal, 9 de enero de 2019). Ahora, no es necesario; por ejemplo: Twitter.
Qué desgracia la tuya, Glaucón, que una vez desatado y mirado al sol, eliges volver a encuadrar tu retina. Dichosos nexos de internet, qué buenas noches de unión te ofrecen, amigo, pero qué segmentación genera… ¿o acaso no son una nueva caverna los microespacios o ciberguetos (Sampedro Blanco & Resina De la Fuente, 2010; 153) que has fabricado a tu antojo en Twitter? Una probeta ensayística en la que construyes tu propia población que confirma y convierte en verdad todo aquello que conforma tu ideario. Una probeta a medida y de nuevo proyectada desde tu mundo de las ideas, que, a partir de entonces, volverán a reflejar una y otra vez los mismos sesgos. Y es que los distintos actores sociales aprehenden los significados de forma distinta en función de la perspectiva que enfrentan (Berger & Luckmann, 2003). Entonces, estarás de acuerdo en que por muy reproductor del saber que es Internet, deja ver sus dobles filos afilados: a menudo no fomenta la inteligencia colectiva. Bien deberías haberlo sabido ya, Glaucón, que me veías a mí comprar el periódico todos los días en los kioskos (¿sabes lo que son?), y tú, con el alcance de un click, ni sabes quien preside esta república. No ha cambiado nada, el mundo digital venido a prosumir ha caído en la unidireccionalidad, o en lo que el catedrático Miguel de Aguilera (Arrabal Sánchez & de Aguilera Moyano, 2015; 15) denomina ciberutopía. Y es que la virtualización también tiende a la homogeneización del contexto que te rodea y mal se olvida la sociedad que habéis creado de que todos y cada uno de vosotros no sois idénticos. Nada más lejos de la realidad, estáis determinados mediante un contexto diferente.
Cuando no fue la imprenta de Gutenberg, fue la televisión. Y ahora: el ciberespacio
Ya me contaba también Gustavo Bueno (citado De Aguilera, comunicación personal, 9 de enero de 2019) que cuando una sociedad sustituye sus mitos antiguos (generalmente religiosos) impone otros nuevos y comienza a contar, de nuevo, cultura en función de estos. Qué desalentador, ¿verdad, Glaucón? Pensar en que, hagas lo que hagas, la historia se está repitiendo en distintos formatos. Pensar creer haber salido de la caverna convencional estando en otra digital. Me decías que Internet era una fuente alternativa. Pero ya te digo yo que no es más que otra esfera dominada por otros agentes discursivos ahora periféricos. Otro condicionante de la tecnología y no determinación, cuestión de soportes: “La esfera pública se ha mudado” (Sampedro Blanco & Resina De la Fuente, 2010; 149), el espacio discursivo se ha transformado urbanizando una periferia que ahora crece más que el centro discursivo. Reflexionaba el profesor De Aguilera en una reciente investigación sobre la existencia de un Twitter a dos velocidades en la que participa una minoría influyente y una mayoría poco influyente. He aquí la nueva caverna de la que te hablo. Una minoría gobierna a una mayoría entre las que la interactividad es prácticamente nula. De nuevo aparece la diferencia reglada que Held (Citado en Carpentier, 2012; 165) insistía en mostrar entre gobernantes y gobernados. Glaucón, querido amigo, el poder es una característica intrínseca del ser humano (Foucault, citado en Carpentier, 2012; 170) más allá de este no salvador mundo virtual ¿No venía Twitter a salvar la interacción? Dichoso infinito comportamiento humano. Y es que el gran argumento periodístico de la interacción con la fuente es una ceniza que nunca fue fuego: la mayoría de las relaciones de los periodistas en Twitter son endogámicas (Arrabal Sánchez & de Aguilera Moyano, 2015; 16), es decir, apenas interactúan con ningún usuario que no sea también periodista (1%). No existe bidireccionalidad en el mensaje, querido amigo Glaucón. Qué paradoja… si el culmen de la participación recae en la interacción y acceso (Carpentier, 2012; 173) de contenidos para su coproducción, ¿podríamos hablar de una dictadura de Twitter?
Querido Glaucón, y ya voy terminando mi discurso, para que de nuevo te sumerjas en la caverna. O en la burbuja digital, tú ganas: llámalo cómo quieras. Culpa mía si sientes que más que liberación sientes frustración. Yo te insistí al comienzo de mi intervención sobre su ánimo de rehabilitación y resulta que la rehabilitación ha sido imposible. Cuando no fue la imprenta de Gutenberg, fue la televisión. Y ahora: el ciberespacio. Un sinfín de cavernas que cavernícolizan a la sociedad, alegre entre su ignorancia y creyente de su desarrollo social e intelectual. Lo siento, no podré desatarte de tu argolla porque yo mismo practico la palabras con mis pertinentes sesgos culturales. Sólo te obligo a que seas consciente de que lo que se te enfrenta no es más que un reflejo de las ideas de los que has dejado que te gobiernen. Que sepas que en el ciberespacio puedes elegir hacia donde ver y para que no te dejes llevar por las perspectivas reforzadoras. Porque Internet refuerza la tontería colectiva. Porque Internet es un mercado gratuito del nuevo opio del pueblo: estantes repletos de perspectivas que refuerzan nuestros pensamientos propios construidos desde un imaginario concentrado, mínimo, cavernícola. Porque estoy seguro que a esa chica no le pusiste aquella canción por convicción propia, sino por convicción (obligación) cultural. Porque es lo que se lleva. ¿Por qué no piensas por tí mismo?
¿Nos habremos querido desatar alguna vez, Glaucón? Porque por mucho que nos empeñemos en evolucionar, nuestra historia cultural y condición de hombre nos hace repetir los mismos patrones con la única diferencia de que somos personajes actuando en diferentes escenarios. Y es que las ideas humanas son por sí solas universales porque son intrínsecas del ser humano sin ser necesariamente virtuales. El hombre es el único animal capaz de tropezar en la misma piedra dos veces. ¿Dónde queda nuestra supremacía intelectual? La solución sigue anidada. Busca y encuentra en la cultura, Glaucón. Que la tecnología sea la cuerda que te permita salir de la caverna en la que tu única perspectiva se convierte en verdad. Asciende por mí al mundo de las ideas.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
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