Llámame

Lo de los nombres es una lotería. Mi madre me quería llamar Israel. No, en verdad Triana, pero vine con pene. Qué le vamos a hacer, mami. Mi padre se opuso, dijo que la guerra y convenció a mi madre. Conseguí la proeza de ser el primero en llamarme Samuel en el pueblo ―con el tiempo fui Samu―.   Un pionero teniendo en cuenta que a la mayoría de la población sierramorenense se les conoce como Juan, Pepe o Antonio. También es verdad que mi padre ya se llamaba Héctor en tiempos de Paco. Él no es troyano ni fuerte y fornido. Tiene pechito de coger la pala del pan, pero también barriguita. Del pan también, aunque él diga que no engorda para engordar su bolsillo. Todo márquetin y a eso vamos. Dicen que mi padre es buen panadero a pesar de llamarse Héctor, pero lo idóneo hubiese sido Antonio. Manolo y Benito no podían haber sido otra cosa que albañiles. Y el otro día tuve una avería en casa y el fontanero se llamaba José Carlos. Mi primo es fontanero y también es José Carlos y mi tío, albañil, Manolo. Si es que Manuel Azaña no podría haber sido nunca buen presidente. Mariano seguro que es buen abuelo. El abuelo Mariano. Marina tiene un abuelo que se llama Gabriel, el abuelo Gabri seguro que es un buenazo. O la abuela Antonia. Toñi es peluquera y María de los Ángeles, señorita. Digo, maestra. ¿Qué sería de Albert habiendo optado por Alberto? A Ortega, el Smith tampoco le pega. Le pega un Pérez, un Jiménez o un Fernández y siempre acompañado de la proposición “de”. Lo de los Pablos Iglesias fue un capricho del destino. Igual que apellidarse Franco, Tejero o ser primo de alguien. Ahora, los tiempos han cambiado. Mi calle se llamaba Queipo de Llano. Los harineros que venían a ver a mi padre lo seguían usando en las facturas hasta que el troyano sacó el arco y volvió a la normalidad: Calle Primero de Mayo. Lo que no es normal es que ahora puedas llamar Shakira a tu hija o a tu perro. También hay algún que otro Neymar suelto y juegos de apellidos con personalidades ilustres de España: ¿Fernández? Florentino, ¿Rovira? Daniel, ¿De Ubrique? Jesús. En mi familia ya hay nombres vascos, de ríos y de flores. Y uno no se llama Spiderman porque se opusieron a la creativa propuesta de mi primo Nilo. Lloró un poco, pero se le pasó. Dicen que somos modernos desde tiempos de la República. Cuando mis bisabuelos decidieron no estar casados. El hermano de mi bisabuelo fue hasta alcalde, pero se llamaba Juan y duró dos meses. Siguió vivo hasta el final de sus días porque no cometió ningún delito. Yo ayer cometí uno: tomé café en un McDonalds. Todo había cambiado. Los camareros eran máquinas. El mitad era un café latte y un sombra era un espresso macchiato. Le llamaban clásicos. Una falta de respeto como los diez minutos de espera hasta que te llamaban por una telepantalla. No era Samuel, era el 11. Que me cambien todos los nombres, pero que no me toquen el café malagueño.

2 respuestas a “Llámame

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