Extraño serías si fueses uno de aquellos prisioneros forzados a no girar la cabeza durante toda su vida (Platón, 1992). Imagínatelo, querido Glaucón: prisionero que no tendrás por real más que las sombras proyectadas de los hombres que quieres que te gobiernen y que quieren gobernarte. Ideas proyectadas desde una luz cegadora a la que ni siquiera puedes enfrentarte. Tú y la cadena que rodea tu cuello ya formáis un tándem veloz. Tú y la proyección dormís placenteramente en el sueño de la desinformación. ¿Entenderías que lo que ves es una mera proyección maquillada? ¿Aceptarías esas ideas como únicas, irremplazables e infinitas? ¡Qué atrevida es la ignorancia! Y qué difícil es la adaptación, ¿estarías dispuesto a rehabilitarte?… Porque estoy seguro, amigo Glaucón, que si yo tuviese la llave de la argolla de tu cuello y la cura de tu miopía, me tratarías de hereje. He ahí mi duda por mi convicción de conservar la vida. Tan irracional me ves a mí con la demostrada verdad, como tan irracional es tu amor por la mentira. Ahora, imagínate que la caverna no es otra que la pantalla del teléfono inteligente que llevas encadenado a tu mano y las sombras, las redes sociales que apagan tu cerebro que cree encenderse.
Entiendo que no llegarás a la máxima periodística de no creer por formación profesional ―la que algunos tampoco le han inculcado―. Pero no te culpo, sé de la dificultad que radica la aceptación de la existencia de un sesgo de confirmación en tu personalidad. Y más, cuando hay sujetos dispuestos a alimentarlo y maquillar la existencia. Porque el control del pasado es el control de futuro (Orwell, 2018). No estoy yo aquí para inventar un símil ya inventado, Glaucón. Pero no está de más recordarte que en los cómics de superhéroes están los buenos y los malos. Y los buenos, causalmente ―que no casual―, siempre son periodistas. Y es que, en la teoría, el periodista siempre ha venido a ser a la sociedad lo que el superhombre de Nietzsche a la filosofía atea: el salvador. Y con todo lo que ello conlleva: la valentía para enfrentarse a los mismos problemas prolongados en una línea temporal infinita. “Al eterno reloj de la existencia se le da la vuelta una y otra vez” (Nietzsche, 1994; 201), escribía el alemán en un intento de vaticinio de lo que le deparaba a la sociedad autoproclamada como moderna que no es capaz más que de repetir sus enfermedades. Si no, que se lo pregunten a la Alemania de “Alternativa por Alemania”, a la Italia de Salvini, a la Francia de Le Pen o a la misma España de “Vox”. O a la Brasil de Bolsonaro o a los Estados Unidos de Trump, donde las redes sociales y la desinformación han aupado al gobierno a personalidades políticas desde la mentira. No es por mencionar a quien no debe ser nombrado, pero una mentira repetida hasta la saciedad se convierte en verdad. Trucos de otro siglo, magia actual.
Al eterno reloj de la existencia se le da la vuelta una y otra vez” (Nietzsche, 1994; 201)
Desgracia la tuya, Glaucón, que miras las sombras y las llamas noticias. Un pecado igualable a la de llamarlas noticias falsas porque lo que te aliena en tu caverna no son más que falsas noticias que amenazan el derecho a la información, base de una participación política cualificada (Lotero-Echeverri, Romero-Rodríguez & Pérez-Rodríguez, 2018). Pero tranquilo, no estás solo. Creer estar en primera línea de la batalla y estar en un claro fuera de juego es un síntoma expandido. Y no sólo entre los jóvenes. Más, cuando se hace un uso fraudulento de las redes sociales como WhatsApp, la más descargada en teléfonos móviles en España (Benaissa Pedriza, 2018). Un síntoma de un síndrome cultural: la del oportunismo del oportunista; la de la filosofía maquiavélica de los políticos a lo largo de toda historia. “En política se permanece por ambición, no por convicción. Principios pocos, tirando a ninguno: uno entra allí donde le pueden colocar y uno coloca a aquellos que (cree) le pueden acercar al poder” (Juan Ramón Rallo, 1 de marzo de 2019).
Insisto, amigo, que los problemas del moderno siglo XXI no son más que problemas antiquísimos por el mero hecho de que “la esfera pública digital refleja los mismos sesgos de la esfera pública convencional” (Sampedro Blanco & Resina de la Fuente, 2010; 159). Internet no cambia comportamientos, sino que los desarrolla y los potencia. ¿O acaso no son una nueva caverna los microespacios o ciberguetos (Sampedro Blanco & Resina De la Fuente, 2010; 153) que has fabricado a tu antojo en Twitter? Una probeta ensayística en la que construyes tu propia población que confirma y convierte en verdad todo aquello que conforma tu ideario preestablecido. Una probeta a medida y de nuevo proyectada desde tu mundo de las ideas, que, a partir de entonces, volverán a reflejar una y otra vez los mismos sesgos. Y es que los distintos actores sociales aprehenden los significados de forma distinta en función de la perspectiva que enfrentan (Berger & Luckmann, 2003). Entonces, estarás de acuerdo en que por muy reproductor del saber que es Internet, deja ver sus dobles filos afilados: a menudo no fomenta la inteligencia colectiva. Bien deberías haberlo sabido ya, Glaucón, que me veías a mí comprar el periódico todos los días en los kioskos (¿sabes lo que son?), y tú, con el alcance de un click, ni sabes quien preside esta república. La virtualización también tiende a la homogeneización del contexto que te rodea y mal se olvida la sociedad que habéis creado de que todos y cada uno de vosotros no sois idénticos. Nada más lejos de la realidad, estáis determinados mediante un contexto diferente sin una verdad absoluta proyectadas desde sombras idénticas.
No en vano, de nuevo aparece la diferencia reglada de Held (citado en Carpentier, 2012; 165), en la que insistía en mostrar la diferencia jerárquica entre gobernantes y gobernados. Glaucón, querido amigo, el poder es una característica intrínseca del ser humano (Foucault, citado en Carpentier, 2012; 170) y es por eso por lo que los periodistas debemos volver a ser el cuarto músculo de la dominación. Entonces, si la consigna consolidada es que los jóvenes no leen y la realidad es que los jóvenes están en las redes sociales, está justificada la necesidad del periodismo a sumergirse en este nuevo escenario del ciberespacio. Si el poder está potenciado en las redes sociales, y si el poder está potenciado por el miedo (Bob Woodward, 2018; 13), y si el poder está potenciado por falsas noticias, “la prensa tiene que estar en Twitter porque debe explicar lo que pasa; si no lo hace la prensa lo harán otros. Es ahí donde se libra la batalla de la información y la desinformación” (Francesc Pujol en Infolibre, 2019). Es una lástima que el periodismo haya perdido su carácter prescriptivo y antecesor ―teniendo en cuenta que son fenómenos sociales repetidos en el tiempo―, pero las malas noticias de las falsas noticias del último lustro no son más que batallas perdidas en una guerra recién inaugurada. Me inspira este sentido bélico la derrota de Napoleón. Quién mucho abarca poco aprieta. Y es que el periodismo está envuelto en tres crisis: la económica, la de la credibilidad y la estructural (la que deriva del cambio de paradigma tecnológico en la industria de la comunicación [Salaverría, 2015]). Y ante tantos frentes abiertos, es importante aunar fuerzas para combatir el aspecto más importante: las falsas noticias. Un buen síntoma de este rumbo definido es la creación de laboratorios de información en los propios medios de comunicación, aunque resulta paradójico que haya más empresas televisivas y de prensa tradicional que cuenten con este tipo de espacios que medios nativos en internet (Salaverría, 2015).
Si los periodistas no somos capaces de reconstruir el escenario democrático, la sociedad estará abocada al castigo eterno de mirar contra la pared»
Samuel Ruiz
Los periodistas debemos salvar a Glaucón. Rescatarlo de su caverna en favor de una sociedad democrática. Y alejarlo de las falsas noticias requiere bucear en el mismo barro. Allí donde estén, allí hay que estar. Para ello, se deben aniquilar los pensamientos dinosaurísticos e inmovilistas. Hay que superar el amor por el papel, como lo han superado la generación millennial y la Z. Estar con ellas. Estar con las que depende nuestro futuro. Pero, Glaucón, no tú ya eres lo suficientemente maduro como para que no tengamos que masticarte la comida. Puedes y debes volar solo. No todos los males de la sociedad son responsabilidad de los periodistas. La elección de creer las sombras era comprensible cuando estabas atado de pies y manos, pero internet te brinda la oportunidad de barajar pensamientos. Es una cuestión de esfuerzo colectivo. Pero el esfuerzo, cansa. Y en esa comodidad es donde está cómoda la sociedad: “la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza” (George Orwell, 2018).
Con todo, Glaucón, soy optimista. Ante el rumbo totalitario que adquiere el mundo del 2019 ―que ya queda obsoleto eso del mundo del siglo XXI―, es esa propia alerta la que puede ayudarte a emprender tu emancipación de la caverna de las falsas noticias. Porque la necesidad crea la virtud. No es difícil comprender que tú y tus amigos ya seáis conscientes de descifrar la fórmula de la desinformación gracias a la pedagogía de algunos ―los buenos― medios de comunicación ante el nuevo escenario geopolítico. Si los periodistas no somos capaces de reconstruir el escenario democrático, la sociedad estará abocada al castigo eterno de mirar contra la pared. A permanecer a la sombra.
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