Poyaque

A Rocco Siffredi le mide 24 centímetros. Es un actor porno que conocí ayer. Qué cosas se leen ahora en los periódicos. En mi carné de identidad, 23. Los años que llevo preguntándome cosas. Siempre he sido un aprendiz de filósofo. Pobre, curioso y con problemas mentales. El pelo lo mantengo. También mantengo mi afición por la lectura y mi intención por la escritura. Me mantengo físicamente y me mantienen mis padres. Ellos se empeñan en convencerme, pero tengo la sensación de que me mantengo como el vino. Cuando más años pasan, mejor. Que yo recién nacido era un Cristo. Morao’. Moreno, calvo y arañado. Aún conservo la señal de la matrona en mi barriga. Esa día no se había cortado las uñas. Yo lo hago cada luna nueva. Ven acá pa’ cá, diría. Pero de haber nacido niña no hubiese sido Francisca, sino Triana. Mi madre fue la primera que cayó en decepción al verme el pene. Luego, llegaron las demás. Ya siendo Samuel, claro. Y otro suspiro. Menos mal, porque la primera opción masculina era Israel. La guerra con Palestina frenó las intenciones de mi madre. Mi tía la convenció mientras mi padre esperaba a su heredero escuchando la radio. El Barça jugaba contra el Valladolid aquella tarde de domingo. Roger García hizo el sexto en aquel 6-1. Fue mi primera relación con el Opel Corsa de 1989 que aún conduzco. De él era la radio y en él mi padre degustaba su último bocadillo a.C. Mi desembarco se demoró hasta casi medianoche. Siempre hay que pillar desprevenido al rival. Al final, al que pillaron en fuera de juego fue a mí. Me tuve que pasar más de una semana en una cabina porque decían que había tragado líquido amniótico. Desde entonces no he vuelto a probar el alcohol. Tampoco me gustaba la fruta ni la leche materna, pero nada que no pudiese remediar una buena maratón de los Teletubbies. Yo era de Po. El rojo. Porque los bajitos somos una comunidad empática. También hay mucha empatía en el fútbol. Donde a mí me unían la meriendas, a los corbateros del balón les une el dinero. Escribía Noah Harari que con el dinero como alquimista, se puede convertir la tierra en lealtad. Y donde no llega la religión, la política o la cultura llega la moneda. Por ello, qué mejor que llevarse la Supercopa de España a Arabia Saudí para que no silben el himno español. Ay… esos independentistas. Qué insulto a la bandera. Los pitos digo. Lo demás está justificado por los valores humanitarios que a todos nos unen. Como la igualdad de género. Que las mujeres puedan entrar a ver el fútbol en un país dictatorial en el que se persigue la homosexualidad. Y po’ ya que estoy… ingreso 120 millones de euros en las arcas futbolísticas españolas. Porque el mundo no va de valores, sino de ver quién le tiene más grande. La cuenta corriente. ¿Por qué?

Este soy yo de pequeño. También tenía predilección por los salchichones más grandes. Ahora, conozco el dinero.

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