El cajón lo tengo lleno de folios. Sucios. El cajón y los folios. También sin orden. Tendrían que venir numerados. Los folios y los cajones. Algunos no sabemos contar. Ni números ni historias. Mil y una seguro. Desordenadas todas y desorientado yo. Se me olvida. Busco y no encuentro. Tampoco en mi mente. Confío en acordarme y no concuerdo. Menos mal que lo tradicional siempre funciona. Me he tenido que comprar una libreta. La próxima vez lo apuntaré. Pero pierdo el hilo para la apuntada. Qué puntada. A lo mejor la costura cose mi cerebro. Tanto ordenador lo está cociendo. Dicen que la costura empodera. Que yo ni pincho ni corto ni apunto. Ellos, 52 diputados. Otra puntada. Apuntadas ya van 1.028 desde el año 2003. Antes, no había libreta. Ahora, que estaba apuntalada, quieren quemarla. Eso sí que es tradición. No por lo de la hoguera, que ahora es “a por ellos”, sino por lo de la limpieza. La del cajón. Ni libreta ni listas. Ningún folio que numerar. Porque de no haber no existe. Sólo pantanos. Uno, dos y tres. Los fusilados en las cunetas andaluzas están a punto de desaparecer. No por la liquidación del Black Friday, sino por el inventario del nuevo Gobierno de la Junta. Que ya no lo habrá. Tampoco de los fusilados en La Almudena. Inventario. Por estar, está todo inventado. No oír. Como Ortega Smith a Nadia Otmani. El principio de silenciación del ministro Goebbels. Un genio, pero nazi. Lo que le pasa a la tradición es que siempre vuelve. Las mujeres a coser y los hombres a defender. A mí, no me ha ido bien con la libreta. Voy a usar las notas de voz. Esas sí están numeradas y nominativas. Como la de los puntos moros que reciben ayuda social. Esos sí: a la hoguera. Menos mal que ellas mantiene la llama. Incendien las conciencias, que España es olvidadiza.
