Mi padre me ha ganado al ajedrez. Fue durante el primer día de confinamiento. Ya van cinco o seis. He perdido la cuenta. Días, no derrotas. No hubo más partidas. Tampoco lecturas. No he sido tan eficiente como los medios de información esperaban. Tampoco he hecho tanto ejercicio ni he limpiado el polvo de debajo del sofá. Mis libros siguen ordenadamente desordenados a lo largo y ancho de mi casa. Una lástima que yo ya no alargue más. De chico me decían que me ponía malo para dar un estirón. Me seguiré quedando chico. No tengo síntomas. ¡Es alergia! ―levanto las manos― De ancho sí voy a dar. Ayer me terminé la última chocolatina. Los nervios. Ya sólo queda fruta. Lo sé: gastar primero lo menos perecedero no ha sido inteligente. Me he contagiado de la gestión de la crisis sanitaria. ¡Sacadme de aquí! Mi madre ya lo sabe pronunciar. Al principio llamaba a la bestia “rascavirus”. Rascamos y nos ha tocado. De reírnos de un simple resfriado a casi un millar de fallecidos. Esto ya no es un chiste, compatriotas. Lo malo es que si en el genoma del covid-19 va la mortalidad, en el de los españoles se mantiene el vacile. Qué bueno el del jefe de estado. No estaba ni se le esperaba y aparece ayer para no decir nada. Qué sabrá él de colapsos en la sanidad si sus resultados los obtuvo en un abrir y cerrar de ojos. Algo más ha tardado en renunciar a una herencia ilegal. Algunos manifiestan que lo ha anunciado en el momento más inoportuno. Yo creo que aún no han entendido aquello de que en cada crisis hay una oportunidad. Si no hubiese aparecido el virus, lo habría hecho en Sábado Santo. Semana Santa habrá, lo que no tendremos serán procesiones ni las cañas protocolarias. Ni de cerveza ni de ligue. Qué harán ahora los postureomaniacos sin su devoción. Lo mejor de esto es que me ha servido para ampliar mis conocimientos. Enchiquerado no lleva ese entre la í y la cu. Cada mochuelo a su olivo, quiero decir. Ahora hasta podemos oír cantar a los pájaros a cualquier hora del día. A las ocho, salimos a aplaudir. A las diez, a dormir. La tele engorda y el teletrabajo también. Qué difícil es hacer ejercicio viendo el sofá. Desde aquí os escribo, acordándome de aquella frase de mi madre cuando ―pocas veces― me portaba mal: ¡No vas a ver la calle ni por televisión! Me voy, a ver si arreglo el tablero de ajedrez…