Calentamiento

Tengo un amigo que lleva seis meses sin beber y se lo está pensando. Es la hora. La de pensar. Leer un libro o montar una estantería. ¿Alguien ha ordenado ya la estantería? Por colores, apellidos o temáticas. Qué follón. Es que dicen que la cuarentena está para hacer cosas que aún no te había dado tiempo. Plantar un árbol, escribir un libro o invertir la curva. También la de la natalidad, otra en clara precipitación. Habrá que calentarse. A las ocho, a palmas; a las nueve, como se pueda. Ya ni a gusto del consumidor. Compré demasiado papel y ahora no me quedan aceitunas. La orfandad de una cerveza sin su aderezo. Menos mal que me queda pan y vino. ¡Lo tengo! Mi amigo no quiere calentarse, quiere ahogar sus penas. O ambas. Todavía no me queda claro por qué lo hicieron los jugadores del UD Algarrobo aquella tarde del 25 de abril de 1993. Si por el frío o por la severa derrota. El caso es que terminaron convenciendo al árbitro de que lo mejor era irse. Al menos, al vestuario a calentarse. Árbitro incluido. Nada tuvo que ver que los jugadores ya hubiesen calentado con el 7-0 de la primera parte. Por aquella época sí se podía jugar bajos los efectos de cualquier sustancia ―¡qué tradicionales!―. La culpa la tuvo el portero rival. Fue el primero en alzar la mano. Copa aquí, diría. Y con todo, la afición local hizo lo pertinente. Acercarle una copa de coñac. Ahí nació la metáfora de arropar a un equipo. Aparte del diluvio de goles, el agua le entraba hasta por la escuadra y como ni el cielo ni los locales dieron tregua, mejor pitar el final. La UD Rosario se convertía en campeona de la Liga de 1993 y en un ánimo de supervivencia, el equipo rival también fue invitado a la fiesta. Si nos organizamos, calentamos todos. Qué importante es calentar. Pobre mi padre, que lo odia. Dice que se ha pasado toda la vida haciéndolo. Una enciclopedia de la temperatura de todos los banquillos costasoleños. ¡Don Diego, don Diego!, llegó oír en un calentamiento. Era el segundo nombre de su compañero Bernabé, quien todavía recuerda cómo a Hachas se le cayó la dentadura en la medular del área. Un claro fuera de juego. También estaban Gento y Fino, de los que aún no conocemos sus verdaderos nombres a pesar de que estuvieron en busca y captura en Alfarnate. Allí, casi los calientan después de que el cura del pueblo hiciese las veces de árbitro. No le quedó otra que barrer para la parroquia local y Fino optó por comulgarle. Un cobertizo que le abrió el utillero fue la salvación de todo el equipo. No había coñac. Ay, qué figura más importante. La del utillero, digo. Aunque el alcohol también les unió en Ronda. Hasta le otorgaron una placa conmemorativa por el buen trato en la ida. Claro que coincidió con la Feria de Octubre, pero eso fue diez años antes… En fin, ¡árbitro, la hora! Se cumple la primera mitad de la cuarentena. Eso, sin contar el descuento. Pero qué necesario es un descanso. Si no, que se lo digan a la Tierra. Tanto calentamiento sí que le ha venido mal. Menos mal que jugamos en casa.

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